viernes, 30 de noviembre de 2007

Ausencias.


Es extraño darme cuenta de repente como es que estás presente en mí desde que despierto.

Y comienza el día cuando el sol golpea mi ventana y (sin querer) al verme al espejo te encuentro tan cerca, del lado derecho de mi sonrisa a la vez que pareces estar brillando muy tenuemente al lado izquierdo de mi mirada; y así de poco en poco, de cinco en cinco, pasan los minutos pensando en ti, recordando tu mirada, plasmando con trazos invisibles tu sonrisa en mi habitación, y a veces, sí, sólo a veces, cuando me doy cuenta que tu no estás, con una lágrima reconstruyo tus finas caricias en mis mejillas.

Quizá tu no lo sabes, pero hoy no te ausentaste en mi cama, pues mis sueños, otra vez, me hicieron victima de tu dulzura que se parece tanto al poder de tus abrazos. Hoy no fui victima de esas nostalgias obscuras en mi tranquila noche, pero por la mañana, cuando el sol quemaba mi rostro y nuestra ciudad se hundía en el calor de esta nuestra primavera fue entonces cuando sentí ganas de verte, de tenerte sólo ahí, como siempre, tan sólo en cinco minutos, coronada de azul y de cielo mientras yo te regalaba (justo ahí) debajo de tus pies mi ciudad tranquila y callada, sensual y agresiva como tu mirada.

Viéndolo bien (sólo quizá) también te hubiera llevado a los jardines colgantes de las afueras de la ciudad; ahí donde una vez soñé que me pedías construirte tu castillo. Ese castillo azul, con flores amarillas, lagos rojos y verdes arbustos; y tu te veías a ti misma como una soberana Reina y como un victorioso arco iris. Tú estabas ahí otra vez llenando mis sueños de despierta vigilia con colores, luz y sentimientos mientras mis ojos fijos en la ciudad esperaban verte aparecer de pronto con los brazos abiertos para recibir radiante la belleza de nuestros cuerpos eternizados en un abrazo.

Heroica Tlaxcala de Xicohténcatl a 20 de abril de 2006.

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