viernes, 30 de noviembre de 2007

Temblando en una habitacion.


Nunca se lo imaginó así, ella tan perfecta, un poco más perfecta que ayer. Veía lentamente el advenimiento de sus ojos obscuros y profundos como sus sueños donde sin duda reinaba ella. Deseaba el momento de encontrarse con su tibia piel, soñando hundirse en su exquisito sabor de mujer que tantas noches construyó en su mente y que todos los días veía convivir con él y por las tardes le invitaba a comer a ese restaurante vegetariano que estaba a una calle de su lugar de trabajo.

Un silencio y ella aproximándose con esa mirada que lo enloquecía atormentadamente. Solo veía ahí su sonrisa que lo decía todo sin palabras, sin caricias y sin nada más; sin embargo, sentía la lenta desgracia de ir olvidando poco a poco aquel discurso prefabricando que con tanto ahínco preparó una noche antes para ella (mientras su almohada, su fiel consejera, le decía al oído lo que debía decirle para aquel día en que por fin de decidiría a decirle que...).

-Hola, Emiliano.- Dijo Montserrat; como es natural. Él sin embargo sintió lentamente temblar su estómago como hace mucho tiempo no lo sentía, quizá desde la infancia que no lo sentía. A su vez, también sentía a su boca hacerse cada vez más pesada, al grado que él sentía que sus palabras tarde o temprano caerían como pesadas rocas ante los píes de Montserrat causando un horrible escándalo de avalancha sobre los dos.

-Hola, como has estado- dijo él con más pena que ahínco, el “Bien gracias” no se hizo esperar por parte de ella y de nuevo él sentía venir esa maldita sonrisa que tanto le disgustaba de sí mismo; a veces quería ser más parecido a esos galanes de las películas de moda que a ella tanto le gustaban, le hubiese sido grato tomarla entre sus brazos y besar sus labios apasionadamente, encontrando las palabras perfectas, mientras a su vez, él, hacia uso de sus mejores y más cálidas miradas para verla extasiarse entre sus brazos hasta que ella...

-¿Sabes? Recibí todos tus mensajes que me dejaste en la contestadora, disculpa por no darte la respuesta más pronto pero, sabes que el trabajo y las prisas me tienen un poco...- Dijo ella.

-No, no importa.- Interrumpió él. -¡Para qué estamos los caballeros!, tú no te preocupes.- Contestó con un cierto tono de tipo orgulloso de sí mismo como sí él después de la tormenta lograra encontrarse con un buen camino para emprender el retorno seguro a casa. Estaba enfermo y él lo sabía, y no hacia nada por salvarse de esa enfermedad que de poco a poco lo comía, gozando cada momento de la agonía como una orgásmica felicidad. Nunca antes lo había visto tan nervioso y tan estúpido frente a una mujer, pero él no se sentía así, por lo menos en eso momento que su orgullo de galán estaba por las nubes.

Ella le sonreía de manera un poco más interesada y él sentía temblar (ahora no sólo su estómago) todo su cuerpo en un frenético pero, orquestal movimiento jamás sentido.

Sin dudarlo él la abrazo, sus miradas se encontraron por fin en íntimo espacio jamás experimentado, sus alientos quedaron casi hermanados en un solo ambiente, sus bocas se buscaban lentamente como para fusionar sus sentimientos, ella no dejaba de hundirse en sus brazos que ahora los sentía como su espacio intimo, él no quería dejarla ir de su cuerpo.

Un señor gordo pasó empujándolos lentamente, ellos jamás lo notaron; el reloj de péndulo en el pasillo hacia mucho ruido, ellos no lo oyeron; una niña que se había caído de la bicicleta lloraba a rabiar, ellos no lo notaron; alguien tocaba a la puerta de la habitación de Emiliano, una agradable voz de mujer le decía que se apresura para no llegar tarde a trabajar y entonces Emiliano...

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