viernes, 30 de noviembre de 2007

Autoretratos.


Está lloviendo allá afuera. En mi ventana las gotas parecen formar tu rostro. ¡Que ganas de tomar esas húmedas mejillas entre mis manos! Besar tus labios de agua viva, perderme entre tus ojos cristalinos; pero, no puedo llamarte pues tú estás en el estudio tomando fotos que usurpan el nombre de “autorretratos”, ¿sabes? Me puse a mirar entre los huecos que me regalaba la puerta (de la manera en que lo hacia cuando era chico y pillaba a la sirvienta) y al ver tu desnuda espalda me puse a recordar a Diego y a Frida, que ganas de tomar lienzo y pincel para ir pintando poco a poco mi propia felicidad, irte formando poco a poco en mi lienzo.

¿Recuerdas? Te conocí en una tarde de lluvia como ésta (hace poco se lo conté a Violeta), tu te veías a ti misma tan vanidosa y yo analizaba la foto de una mujer desconocidamente hermosa posando con su espalda desnuda (así como tú en este momento para mis ojos).

Pensándolo bien, ¡que bueno que en algunas fotografías han estado optando por dar el anonimato al rostro de las modelos! Así pude sorprenderme al descubrir que la modelo de dicha foto eras tu por tú tatuaje, la luz de la flor de tu piel y tu infinito cuerpo.

Te invité un café, recuerdo que empezamos platicando de la foto y terminamos hundidos en Benedetti. Desde entonces hasta ahora es hermoso verte resurgir en tu sonrisa, desde entonces hasta ahora es hermoso mirarme en el espejo eterno de tu felicidad.

Para mi sorpresa te hospedabas en el mismo hotel en el cual yo estaba. Yo me encontraba desconcertado y no me quedó más remedio que saludarte con un ademán bastante estúpido. Sin esperarlo me invitaste a pasar a tu habitación y pediste que te hablara de mí; te conté que seis años atrás había muerto mi padre quien fue un exitoso empresario (¡vaya calamidad!), recuerdo que me mirabas incrédula pues mi modo de vestir y la categoría de aquel hotel no correspondían con mi clase social, pero ahora sabes bien de mi afición a huir del estereotipo y responsabilidad de mi clase social, no sé sí por diversión, ideología, cobardía, ganas de ser original o descontento con mi padre. Es cierto (según mi padre), sólo Eduardo y Luis eran sus hijos, pero yo fui el único que ayudó a mamá a administrar la editorial después de su muerte. Nunca soporté de mi padre sus juicios de burgués y su manera de desvivirse por los lujos; desde entonces hasta ahora he defendido la idea de que una vida austera es mejor que perderse en la banalidad de los lujos.

Te dije por ello que estaba en ese hotel porque yo sólo necesitaba una cama para dormir y un baño para ducharme, “pocas son las cosas que tengo y esas cosas las necesito poco”, ¿quién fuera como tú, hermano Francisco?

No sabes como me gusta que pongas esa cara de incrédula con la que me dices elegantemente “no te creo”.

Platicamos tanto en tu cama mientras la tele transmitía un indiferente partido de fútbol. Yo miraba tus labios y descubría tus ojos con mi corazón. Al oírte hablar con tanta elocuencia de tantos temas comencé a pensar que tu podías ser la modelo de aquella foto perfecta de la exposición, te sorprendiste y preguntaste como llegué a saber eso... y te repito (aún) no lo sé, sólo me lo dijo el corazón.

Hablamos tanto esa noche que sin sentirlo acaso nos quedamos dormidos el uno contra el otro.

Todo eso pasó en una tarde como esta. Una tarde en la que llovía.

No hay comentarios: