viernes, 30 de noviembre de 2007

Final del Cuento


Dedicado a la memoria de Arisai Peña García.

Salíamos del cine abrazados, caía la noche y había una ligera lluvia, es cierto que desde el primer capitulo le conocía, esos sus ojos mágicos, sus manos suaves, su vientre exacto y sus labios de hada, quizá el narrador nunca lo contó a lo largo de la historia, pero con ella me sentía completo, enamorado y romántico. Lo que Abigail y yo hicimos después de salir del cine no importa, pues tres páginas de la historia serían malgastadas por el narrador contando como fue que tomamos el taxi para ir a mi casa.

Al llegar a casa perdí las llaves del departamento, en ese instante el narrador aprovecho para dar un comentario sarcástico sin importarle el papel en que me dejaría frente a los lectores. Para mi suerte en ese instante recordé que las había guardado en mi mochila, Abigail entró al departamento con ese rostro sereno y hermoso que la caracterizaba como protagonista de la historia, tomó asiento en aquel viejo pero elegante sofá, con un poco de alevosía me invitó a sentarme junto a ella con esa sensual señal que acostumbraba darme con su dedo índice, no pude resistir, ella lo sabía, yo lo sabía y no entiendo porque diablos también lo sabía el narrador, por ese momento no quise retar a la inspiración del narrador, después de varios capítulos queriéndolo contradecir por fin opté por obedecerle sin ninguna restricción. Fue entonces que me senté junto a ella, lentamente tomo mi cuello con sus brazos, empecé a besarle lentamente, lo sabía el narrador, lo describía con tanto detalle que por un momento pensé que nuestra historia caía en una vulgar y grosera novela erótica, no me importaba, seguía yo besándole y queriéndola. Entonces en la historia sucedió un silencio estremecedor, sentía como me sudaba todo el cuerpo fríamente, Abigail seguía besando mi aterrado cuerpo con el mismo arte que la caracterizaba, empecé a gritar, estaba nervioso, de algún modo había oído al narrador anunciar algo inesperado a la historia, Abigail no oía nada, la abrace cada vez más fuerte, no podía apartar mi atención de lo que decía el narrador, sabía que algo estaba preparando para mi desgracia, Abigail me pedía calma, no podía pensar en su presencia, solo sentía que debía abrazarla cada vez más fuerte mientras el narrador me atormentaba con su voz cada vez más fatalista y lúgubre, Abigail empezó a temblar entre mis brazos, empezaba a faltarle el aire, sentía que ya debía hacer algo por ella... En ese ínstate una mano toca mi espalda, era Salomón que me había despertado, de mis manos cae una novela, frente a mí el ataúd de Abigail que se lo llevaban para ser sepultada.

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