viernes, 30 de noviembre de 2007

La libertad de Jaques.


“Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”

-Julio Cortázar-

Caía la noche en aquella ciudad, llovía y hacía frío, sin embargo Jaques no sentía aquel gélido y húmedo clima, más bien sentía hambre y cansancio. En aquel callejón Jaques alzó la vista, al ver que estaba seguro se sentó apoyándose en la pared, protegido apenas por unos botes de basura; pensó en lo que sucedería. “Ya pronto vendrá. Estoy seguro”, se decía para sí, Jaques.

En Nueva York, Diana revisaba otra vez su maleta, repasó cuidadosamente sus cosas para no olvidar nada. Todo estaba en orden. Tomó cuidadosamente el libro del Doctor Van Helsing, el cual terminaría de releer en el aeropuerto donde se emprendería su viaje rumbo a Barcelona para encontrarse con Jaques.

Ya pronto vendrá”, se decía Jaques hasta que una convulsión lo interrumpió. “Esta maldita hambre.” Jaques se desesperaba, hace más de tres días que se había privado de comer. Tenía sed, estaba cansado y hambriento pero, pronto llegaría Diana y le daría su tan anhelada libertad.

Hacía años que Jaques no se veía en un espejo, pero solía verse bien siempre, vestía muy elegante y procuraba estar acicalado y presentable. Pero que Diana vendría y su anhelada libertad estaba segura procuró encontrarse de mejor animo.

Una pareja pasó por donde estaba Jaques. “Se encuentra Usted bien, buen hombre”, preguntaron, Jaques desesperó y gritó con una voz fúnebre cercana a una vieja tumba al abrirse. “Váyanse de aquí. ¿Qué no ven que estoy hambriento?” Al verle tan alterado la joven pareja salió huyendo de ahí inmediatamente sin contar que Jaques les seguía los pasos muy de cerca.

Para Diana no fue difícil encontrar un buen hotel donde instalarse. Besó la pequeña cruz que llevaba colgada al cuello y se persignó con ella. Salió a buscar a Jaques. Gracias a los datos de la Policía Catalana no le fue difícil saber de los asesinatos violentos y del robo de niños que se habían efectuado en Barcelona en los últimos tres años. “Hace tres años llegó Jaques a Barcelona”, razonó Diana. “Sin duda estos crímenes son suyos; sólo ataca prostitutas y niños de la calle. Suma crueldad y ni una gota de sangre”, comentaba Diana al Capitán Juan Manuel Higuera.

La noche moría, Jaques llegaba a su departamento. Había tierra en la alfombra, Jaques se tendía en ella. “Debo recuperar mis fuerzas. Ya me alimenté y Diana no debe tardar en llegar.” De pronto la puerta de aquel departamento se vino abajo. Era Diana con el Capitán Juan Manuel Higuera y unos cincuenta policías. “Ya los esperaba. Nosotros los Nosferatum sabemos de antemano las cosas”, dijo Jaques con tono esquizofrénico. “Y a ti, Diana Harker te esperaba especialmente. Desde hacía tiempo sabía que contigo sería mi batalla final, lo supe desde nuestro último encuentro en París é incluso se lo dije a tu bisabuelo Jonathan hace años. Ahora ya lo sabes, haz lo que tienes que hacer.” En ese momento Jaques se lanzó directamente al cuello de Diana. Se oyó el ruido de un arma. Jaques sintió un extraño calor en el pecho nunca antes sentido y supo que por fin había llegado la anhelada libertad que hace un poco más de 250 años estaba buscando.

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