viernes, 30 de noviembre de 2007

La puerta en Roma.


después de todo la nostalgia existe

aunque no lloremos en los andenes fantasmales

ni sobre las almohadas de candor

ni bajo el cielo opaco.

-Mario Benedetti-

Dos treinta de la madrugada; marcan a mi teléfono. “Mil disculpas, me equivoque de número”. Increíble, tanta gente en la guía telefónica y me tocó encontrarme con otro hermano latinoamericano aquí en Roma, obvia es la nostalgia, sonaba un poco como sí fuese un peruano, o ¿quizá argentino? No sé ¿Tal vez era chileno? Que sé yo, lo único que se me ocurre es que pude haberle dado la bienvenida o mandarlo al infierno en español. Sí mi circunstancia fuera otra me hubiera alegrado, le preguntaría su nacionalidad, ¿Qué tal sí era mexicano? “Vaya coincidencia, yo también soy mexicano, lo sospechaba por su acento (hipocresía aparte)”, pude haber dicho, pero hoy, hoy no era ese día en que estaba en el percance de ser buenagente.

Hace dieciocho meses regresé a Roma, Regresé buscando a Aleida, regresé buscando la coincidencia de encontrarme con una mexicana a kilómetros de distancia del suelo madre. ¡Perra vida! Quizá hubiera sido más fácil encontrarla viajando a Monterrey, a su Monterrey, o por casualidad en el metro, después de salir de mi casa en Insurgentes, hubiera sido mejor, pero no sé por qué ni sé cómo fue que tuve la maldita y bendita fortuna[1] de encontrarme con sus ojos de playa en esta inmensa y desértica Roma.

Se me olvidaba, hoy el Seleccionado Nacional Italiano dio un pésimo partido de fútbol, un empate a un tanto. “Pero, calificó al Mundial” dice la gente que festeja y grita por las calles. Lo hacen por rito supongo. Italia logró la empresa, está en el Mundial de Fútbol pero, es digno festejarlo cuando la escuadra azul ha sacrificado el arte en el fútbol al que ya nos tenía acostumbrados por el fútbol de resultados. No lo creo.

Conocí a Aleida una tarde de lluvia, ella esperaba el bus y yo, todo empapado gracias a mi escepticismo, me resguardaba en aquel parabus. Maldije en voz baja, ella preguntó “¿Eres mexicano verdad? Tu forma de hablar te delata”. En ese momento no puede hacer nada excepto reírme[2], las casualidades felices siempre me han dado risa.

La gente grita, está feliz, ¡vaya fiasco! Quizá en otras épocas Italia nos enseño a apreciar el arte en el fútbol,[3] pero por hoy sólo queda el ritual de festejar todo lo suyo e incluso su mediocridad. Un grupo de aficionados está cantando y bailando frente a mi puerta, no me sorprendería que el idiota de Luca les haya dicho mi parecer frente al desempeño de Italia y buscan una manera de hacerme recapacitar en mi opinión.

Al otro día la invite al café, yo como siempre un expreso, ¿ella? Ella, como casi siempre un capuchino. Nos veíamos y nos hablábamos sin palabras. Ella me sonreía tenuemente, vaya que su sonrisa es maravillosa[4].

Un cretino golpea fuertemente mi puerta. Malditos aficionados ebrios y maldito Luca por decirles que opinaba y donde vivo. A veces me es difícil entender por qué a cierta gente se le es tan difícil controlar su manera de beber.

Nos gustaba pasear, a veces estábamos a las afueras de Roma y les llevábamos algo de comer y un poco de ropa a los indigentes que viven bajo los puentes de las autopistas[5]. Nunca entendí por qué pero, Aleida siempre se asustaba con las palomas que volaban espantadas por el vibrar que provocaban en las trabes el pasar de pesados autos, claro es que, eso era hermoso pues Aleida acostumbraba abrazarse a mí con todas sus fuerzas cuando se espantaba.

Siguen tocando desesperadamente a mi puerta, ya les he gritado que se larguen. Sigo con mi insomnio y la expectativa de la llamada de Aleida, espero que me pueda perdonar.

Esa tarde de abril me llamaron desde México, requerían mi pronto regreso en la planta del Distrito Federal, ¿Por qué nunca se lo dije a Aleida? ¿Tuve miedo de decirle adiós? Esa noche hicimos el amor como nunca, supe que esa tarde sería la última vez que estaría con ella. Tres días después salía de Roma con rumbo a la Ciudad de México.

Mi trabajo en México muy bien, mejor salario, menos gastos, estaba cerca de mi familia pero, estaba vacío, necesitaba a Aleida.

En julio viajé a Veracruz, miré el mar, creo que de reojo pude ver un pedacito de Europa[6], mi vida se consumía. Tres semanas después de aquel viaje renuncie a mi trabajo.

Regresé a Italia y pase tres meses sin trabajo, después de haber conseguido empleo durante seis meses visitaba cada puente donde paseaba con ella, el motivo es obvio. Seis meses estuve en Milán por asuntos de trabajo y hace un poco menos de tres meses mi amigo Luca se encontró con ella e inmediatamente me dio el número telefónico de Aleida. Desde entonces he estado llenando su contestadora con mis mensajes, aún no recibo repuesta y...

Siguen tocando desesperadamente a mi puerta pero, los aficionados hace unos minutos acaban de irse. Ya he gritado que estoy harto y no dejan de tocar, supongo que ya es hora de ir a abrir la puerta.

[1] Fortuna en el sentido en que la concebían los filósofos latinos, el romano Séneca como mejor expositor.

[2] Una reacción estúpida de mi parte. En esto no sólo coincidiremos Usted y yo, sino, también la mayoría de psicoanalistas.

[3] Para ilustrar mejor lo que digo basta observar y estudiar el desempeño del Seleccionado Nacional Italiano en 1982 y 1994.

[4] Quizá sin darme cuenta me ha sorprendido un dejavu y por eso se ha estropeado los tiempos verbales en el presente escrito. Mil disculpas.

[5] Que son muchas pues, basta recordar que: “Todos los caminos llevan a Roma”.

[6] Se dice que cuando usted hace un esfuerzo muy grande puede llegar a ver una orilla de Europa desde el Malecón de Veracruz. Vamos amigo, confíe, yo se lo aseguro, si se puede ver un pedacillo de Europa desde el Malecón de Veracruz.

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