viernes, 30 de noviembre de 2007

Lolita.


Catrina y yo llevamos mucho tiempo juntas. Hace tres años que ella me trajo a vivir a su lado, debo de admitir que sentir sus manos alrededor de mi cuerpo fue la excusa perfecta para olvidar la melancolía de haber dejado la casa maternal; desde entonces el afecto entre nosotras nunca ha faltado sobre todo por las noches cuando las dos estamos listas para irnos a la cama.

Recuerdo que fue apenas el martes cuando ella llegó llorando por culpa del imbécil de Gustavo, otra vez la había golpeado, se le notaba en su bello rostro. Yo como casi siempre la esperaba sentada sobre nuestra cama. Recuerdo que la miré fijamente y ella sabía que le reclamaba por su estupidez de seguir con semejante energúmeno. “¿Ya lo has notado?” me preguntó en seguida. No, conteste. No valía la pena; ella sabia de antemano mi repuesta. Se sentó conmigo mientras acariciaba suavemente mi cabeza. “¿Qué quieres que haga, lo amo?” Calladamente besé suavemente su mano y ella hizo lo mismo con mi frente, entonces fue cuando aproveché y toqué suavemente su barbilla con mi boca; no cabía duda, quería demostrarle mi profundo amor por ella. “¿Sabías que te quiero mucho?” Me preguntó Catrina; yo asentí acariciándole su mejilla, era obvio que yo también le quería profundamente. “No sabría qué hacer sin ti Lolita, tienes razón, para qué necesito a Gustavo sí te tengo a ti” Fue entonces que estuve segura que comprendió mi mensaje... No hay amor más fuerte que el de nosotros los gatos por nuestros amos.

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